Aunque Adolf Hitler tiene un lugar reservado en la historia por las barbaridades que cometió en nombre del National Sozialismus, muchos acostumbran a mencionarlo como el creador, en aras del esplendor del Tercer Reich, de la red de autopistas mĆ”s envidiada del planeta, las Autobahnen alemanas. Sin embargo, los ācaminos del Führerā tambiĆ©n estuvieron sembrados de curvas peligrosas.
Esta es una de las fotos mĆ”s pĆŗblicadas de la trayectoria polĆtico-militar de Hitler: es el 23 de septiembre de 1933, 10:45 de la maƱana, presidiendo la ceremonia de la āprimera paladaā que daba comienzo a las obras de construcción de la primera Autobahn: Frankfurt-Mannheim-Heidelberg.
Pero como suele suceder con la propaganda polĆtica, la foto no decĆa toda la verdadā¦
Porque lo cierto era que la verdadera primera Autobahn alemana habĆa sido inaugurada entre Colonia y Bonn unos meses antes, en verano del aƱo anterior, por Konrad Adenauer, entonces alcalde de Colonia.
Para salirse con la suya, Hitler recurrió a una solución de lo mĆ”s simplista: retiró a la Adenauer-Autobahn su estatus de autopista, degradĆ”ndola a la categorĆa de carretera secundaria.
Curiosamente, el partido Nazi nunca vió con buenos ojos esas carreteras sin cruces a nivel y destinadas exclusivamente a los vehĆculos a motor, cuando militaba en la oposición.
Por eso muchos se sorprendieron cuando Hitler, tras ganar las elecciones y ser nombrado canciller el 11 de febrero de 1933, y aprovechando la inaguración del Salón del automóvil de BerlĆn de ese aƱo, cambiaba de parecer y anunciaba la creación de una gran red nacional de estas carreteras, las Autobahnen del Reich.
Hoy en dĆa, estos cambios de postura de los polĆticos al llegar al poder ya no sorprenden a nadie.
Su escepticismo habĆa sido doblegado por su camarada Fritz Todt (nada que ver con Jean Todt, ex director de Ferrari F1), que veĆa en aquel proyecto las arterias de un inmenso sistema militar de defensa del imperio. SoƱaba que esas autopistas le permitirĆan desplazar un ejĆ©rcito de 300.000 hombres desde la frontera oeste a la del este en solo dos noches de viaje.
Sin embargo, el ejercito alemĆ”n apenas sacó provecho de las Reichsautobahnen, realizando la mayorĆa de sus desplazamientos por tren.
Envarado y orgulloso, Hitler vaticinó en el Salón de BerlĆn: āSi hasta ahora el nivel de vida de los pueblos se intentaba medir por los kilómetros de ferrocarril, en el futuro se harĆ” midiendo los kilómetros de carreteras acondicionadas para vehĆculos de motorā. En eso, sĆ tuvo razón.
Todt esgrimĆa en pĆŗblico razones bien distintas para el proyecto: la construcción de las autopistas darĆa trabajo a 600.000 trabajadores (casi, casi como los 800.000 que prometió, en su dĆa, Felipe GonzĆ”lez).
Un argumento de peso en una época en la que cerca de 6 millones de parados luchaban con desesperación (muchos de ellos al borde la hambruna) por conseguir un empleo.
Hitler fue incluso mĆ”s lejos, asegurando al proletariado que en poco tiempo todos los alemanes podrĆan surcar aquellas majestuosas Autobahnen a bordo de sus flamantes āVolkswagenā.
Pero incluso en esto la propaganda polĆtica no hizo mĆ”s que engaƱar: a finales de 1933, solo 4.000 obreros trabajaban en las autopistas. Durante todo el proyecto, el nĆŗmero de operarios no superó los 125.000. Cobraban sueldos de miseria, obligados a recorrer Ć©l paĆs lejos de sus familias y a dormir hacinados en barracones o establos. Muchos enfermaron, y la mayorĆa coincidĆa en que aquel trabajo era la antesala de la legión extranjera.
De los 6.000 kilómetros planeados por Todt, se construyeron 4.000. En 1941, Hitler puso fin a las obras porque necesitaba a todos los hombres en el frente.
Las promesas del ācoche del puebloā tampoco se cumplieron: durante el Tercer Reich, el automóvil siguió siendo un artĆculo de lujo reservado a los mĆ”s pudientes, a los de arriba.
La popularización del coche tardarĆa aĆŗn unos cuantos aƱos; mientras tanto, las autopistas del Reich permanecieron prĆ”cticamente desiertas. El trĆ”fico era tan escaso, que en agosto de 1943 se promulgó una ley que permitĆa la libre circulación por las Autobahnen⦠”a los ciclistas!
Durante mi infancia tuve la oprtunidad de recorrer un gran nĆŗmero de kilómetros por las imponentes Autobahnen de la Alemania Federal. Casi siempre, para mayor preocupación de mis padres, sentado sobre el tĆŗnel de transmisión de un precioso Ford Capri. Casi puedo oir el rĆtmico traqueteo de los neumĆ”ticos al pasar sobre las juntas de dilatación.
En aquella Ć©poca el trĆ”fico no era muy denso y en muchos tramos los coches mĆ”s potentes circulaban, dentro de la ley, a velocidades de crucero que hoy en dĆa se considerarĆan āterrorismo vialā.
En la actualidad, la red de Autbahnen ronda los 12.000 kilómetros, pero el parque móvil ha crecido tanto que cada vez resulta mĆ”s difĆcil encontrar un tramo lo suficientemente despejado como para comprobar, sin riesgo para uno mismo y los demĆ”s, la velocidad mĆ”xima de un coche. AĆŗn asĆ, recorrer un buen puƱado de kilómetros por los Ā«caminos del FührerĀ» es una experiencia que todo aficionado al motor deberĆa probar.
Mas información (en alemÔn): einestages. Der Wahn von der Autobahn