Sí, los neumáticos tienen fecha de caducidad, pero no es una cifra escrita en un flanco del neumático, ni un plazo de tiempo estipulado tras el montaje. Estamos muy acostumbrados a escuchar todo tipo de consejos acerca de cómo cuidar nuestras ruedas, pero aún si somos los mejores conductores del mundo, hay un enemigo silencioso que afecta por igual: el tiempo. La vida útil de un neumático está supeditada al envejecimiento propio del caucho con que está fabricado. Y el caucho, tanto natural como sintético, es un material que, aunque resistente, es propenso a sufrir un efecto muy perjudicial conocido como «ozone craking», o rotura por efecto del ozono.
¿Y de quién es la responsabilidad de determinar cuándo es conveniente sustituir un neumático por deterioro del caucho? En teoría, del conductor, y por extensión, de los centros de Inspección Técnica de Vehículos -ITV-, pero en la práctica, un altísimo porcentaje de conductores no atienden a este factor por desconocimiento o por falta de concienciación, y en las ITV se limitan, salvo casos muy extremos apreciables a simple vista, a aplicar la norma del aspecto visual y la profundidad del surco en la goma.
¿Pero por qué voy a tener que cambiar mis neumáticos si aún no están gastados?
Por responsabilidad. La peor noticia que pueden darle a un conductor cuyo vehículo es un mero instrumento de transporte -y por tanto supone más una carga que un disfrute- es que debe hacer una reparación o una sustitución de algo cuya apariencia es de que aún tiene vida útil por delante. Es entonces cuando se actúa pensando exclusivamente en el coste y se desestima por no considerarlo oportuno, sin querer reparar en la importancia de que los neumáticos son el único elemento en contacto permanente con la carretera, y un rendimiento óptimo es nuestra garantía de vida a bordo.
¿Y por qué se produce este efecto en las ruedas? Pues porque el caucho empleado en la fabricación del neumático es un elemento con muchas cualidades que lo hacen altamente resistente a la dura vida que soportan, pero que también tiene puntos débiles que se agravan con el paso del tiempo. Y el elemento causante es el ozono, presente en nuestra atmósfera, y que también se forma en ambientes urbanos como consecuencia de la acción conjunta del sol, los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles. Es el llamado humo fotoquímico y es producto de la industrialización.
Los cauchos, tanto naturales como sintéticos, son materiales poliméricos. La reacción exacta que tiene lugar en el caucho se denomina ozonólisis, que a grandes rasgos consiste en la rotura de los dobles enlaces de una cadena polimérica por una molécula de ozono. La reacción ataca de esta forma a la estructura del material, especialmente a aquellas zonas sometidas a fuertes tensiones -y un neumático se somete a enormes esfuerzos-, haciéndolo más frágil para finalmente romperlo. Lo peor de todo, es que basta con una mínima concentración de ozono.
¿Pero cómo puedo reconocer este efecto? Pues aunque es relativamente sencillo, nuevamente volvemos al común de los conductores, que no repara en observar de cerca sus neumáticos a lo largo de los kilómetros. Y aquí entra el problema de cuántos años puede durarnos un juego de ruedas si somos conductores ocasionales. El aspecto de un neumático envejecido es el que habitualmente se conoce como «cuarteado», y cuando este efecto es incipiente, sólo se observan microgrietas en toda la superficie de la goma, que se van haciendo más acusadas con el tiempo.
¿Y son estas grietas suficiente excusa para cambiar un neumático? Nuevamente la respuesta es sí, por supuesto. La estructura del caucho no sólo se ha visto afectada ya, pudiendo generarse grietas que deriven en un desprendimiento de la carcasa o un reventón mientras circulamos. También se ven afectados los dos fenómenos que permiten que un neumático se adhiera al asfalto mediante fuerzas de fricción: la adhesión y la histéresis. Y si queremos esperar a saber por qué son tan importantes, siempre tendremos la opción de comprobarlo en la peor de las situaciones: un accidente por pérdida de control.
Las marcas no estipulan un tiempo máximo de vida útil, pero sí indican convenientemente la fecha de fabricación del neumático mediante cuatro cifras marcadas en el perfil. Cabe destacar en este sentido, que fabricantes como Michelin asumen un plazo máximo de almacenamiento de 5 años desde su fabricación antes de la venta. Si después de ese tiempo el neumático no se ha suministrado, se destruye. También influye el lugar de circulación habitual y las condiciones en que el vehículo se conserva, afectándose mucho más aquellos que se aparcan en la calle en lugar de en garaje. Se puede establecer por tanto un tiempo prudencial entre 4 y 6 años desde la fecha de fabricación para considerar el cambio.
A todas estas razones que se han fundamentado para justificar un cambio de neumáticos como prevención de accidentes -ya que está claro que 400 euros no los debe valer nuestra vida según muchos conductores-, se suman los efectos desagradables que genera un neumático endurecido y cuarteado: excesivo ruido de rodadura, vibraciones, rebotes, movimientos parásitos y leves pérdidas de trayectoria durante la conducción. Estos a menudo pasan desapercibidos y sólo nos damos cuenta cuando volvemos a estrenar ruedas.