Hoy en día, la gran mayoría de conductores de nuestro país conduce un vehículo con motor turbodiesel. La sempiterna fama de motores irrompibles que durante décadas tuvieron las mecánicas diesel, pasó a la historia cuando las altas prestaciones se hicieron hueco en el pliego de condiciones de los automóviles modernos impulsados por gasóleo. Hasta entonces la rapidez había sido patrimonio exclusivo de los motores de gasolina.
No se puede tener todo, y para lograr el enorme salto prestacional y la reducción de consumos que en apenas 20 años han logrado -recordemos, desde mediados de los 90, cuando el «boom» de los motores TDI de Volkswagen revolucionó el sector-, ha sido necesario implementar sistemas de control y mecanismos mucho más precisos y complejos, que afinen al máximo la optimización del combustible. Pero en ingeniería existe una máxima que siempre se cumple, y es que cuanto más sencillo, más fiable.
El resultado final es que la extrema complejidad adquirida, ha propiciado un aumento de la probabilidad de sufrir averías en motores diesel muy considerable. Y esto se debe también, en gran parte, a las malas costumbres de los conductores, que en su desconocimiento practican una conducción dañina y perjudicial para determinados elementos mecánicos. Antaño, al tratarse de motores mucho más rudimentarios y toscos, con una potencia específica mucho menor, paliaban cualquier defecto en la conducción sin merma aparente.
Si se tratase de hacer un resumen de los principales elementos susceptibles de avería por estilo de conducción, en este tipo de mecánicas, por orden de coste podría encabezarla el turbocompresor, seguido del filtro antipartículas, el caudalímetro y por último la válvula EGR. Pueden entrar otros elementos en la lista, como los inyectores, pero su fiabilidad no es dependiente en gran medida del tipo de conducción -aunque sí de la calidad del combustible y de los sedimentos del depósito-.
Todos estos elementos, exceptuando el caudalímetro -cuyo punto débil es el uso intensivo en ciudad y en ambientes polvorientos-, tienen en común el estar en contacto con los gases de escape. El ciclo de combustión diesel, por su naturaleza es más «sucio» que el gasolina, generando como producto de residuo, entre otros, partículas sólidas carbonosas. Éstas son las causantes de la conocida como carbonilla, y fuente principal de problemas cuando se trata de hacerlas circular por conductos propensos a taponarse.