La tecnología avanza de forma inexorable en nuestras vidas y como si de una apisonadora se tratara está acabando (muchas personas no lo verán así) con la vida que teníamos hasta este momento. Hoy día todo tiene que ser 3.0 y además debe estar conectado a internet, sea el producto que sea y sirva para lo que sirva. Tan desconcertante es la situación que se vive, que si a muchos de los niños que tienen entre 3 y 10 años (y más mayores) les enseñamos una radio analógica o algo tan simple como una cinta de cassette no sabrían que tienen entre sus manos.
Si trasladamos esta revolución tecnológica al sector del automóvil podemos ver cómo los salpicaderos de los coches han pasado de ser «eso» a convertirse en naves espaciales. Aún recuerdo cuando me compré el coche que tengo (un Fiat Bravo de la última generación) porque ya empezaban a imponerse las tomas USB y todo el mundo me decía si lo compraría con ella, o por el contrario me quedaría anclado en el pasado. Además, éstas no llegaron solas puesto que el Bluetooth vino a cerrar el tandem perfecto en cuanto a conectividad para esa época.
Lo admito, soy culpable de caer en las redes de la modernidad y comprarme un coche con toma USB y Bluetooth. El Fiat Bravo fue uno de los primeros coches en el mercado en proponer un sistema multimedia medianamente competente. Blue&Me era (y es) su nombre y aunque a muchas personas les dio algún que otro fallo, en un sistema tan simple podíamos tener, desde escucha de música MP3 a un navegador más que competente.
Sin embargo, las pantallas digitales llegaron a nuestras vidas y el novedoso sistema de infoentretenimiento de Fiat (como marca ejemplificadora) pasó a la historia. En un primer momento eran discretas, entre 4 a 5 pulgadas, sin embargo hoy día las tenemos de hasta 15 pulgadas. Gracias a ellas los salpicaderos de los coches han pasado de tener un sin fin de botones a ninguno, sin embargo la complejidad que han añadido a la conducción implica más peligros que beneficios.
Ellas son las responsables de que los coches hayan pasado de poder escuchar música por la toma USB o contestar una llamada a ver películas, escuchar música por Spotify e incluso colgar fotos en nuestras redes sociales favoritas. Todo ello ha provocado que cuando vamos a comprar un coche nuevo estemos más pendientes de saber con qué smartphone es compatible el coche o cuantas pulgadas tiene la pantalla.
La estandarización de los sistemas operativos para los móviles (Android, IOs o Windows Phone) ha propiciado que casi cualquier coche esté híper conectado a la red y por tanto convirtamos a nuestro coche en un escaparate tecnológico. Con todo, no mejoramos nuestra experiencia de conducción, pero sí nos permite presumir ante nuestros amigos y conocidos de que tenemos la televisión con más pulgadas posibles dentro de nuestro coche.
Sin embargo, sin ánimo de que me apunten por la calle, creo que los culpables de esta situación son las propias marcas de coches y el «borreguismo» en el que vivimos. Cada vez que sale un coche nuevo al mercado, son las marcas las que dedican el mismo o mas tiempo a hablar de las bondades de su mejorado, o nuevo, sistema de infoentretenimiento que a explicar los sistemas de seguridad o mejoras mecánicas que incorpora su nuevo producto.
Tal vez estén movidas por la necesidad de seguir vendiendo sus coches cambiando el método de exposición pública. La razón es que ya se ha demostrado que las nuevas generaciones no están interesadas en tener vehículo con el que desplazarse, de un lado a otro, si antes no tienen cubiertas sus necesidades tecnológicas. Por ello, la mejor forma de cubrir ambas, y a la vez vender coches, es darles en el salpicadero del coche la prolongación perfecta de su smartphone.
En su descarga diremos que la sociedad las está obligando a comportarse de esta forma. Hoy día (lo veo a diario) si el coche no puede hacer mil historias a través de una suntuosa pantalla no encajaremos en nuestro grupo de amigos, y por tanto el cliente no quiere el coche. Por tanto la misma sociedad te obliga a comportarte de una forma u otra, haciendo que se pierdan otros juicios de valor importantes a la hora de comprar un coche como son las sensaciones deportivas o la seguridad en caso de impacto o accidente.
Como dice el dicho, «menos es más» y si las marcas logran aunar un buen sistema de infoentretenimiento con la discreción y elegancia que aporta un salpicadero bien compensado tendremos mucho ganado. Por ello quiero deciros que el tamaño de la pantalla (como el de otras muchas cosas) no es lo verdaderamente importante en nuestro coche.
Cerraré este post proclamándome fan de los salpicaderos sin pantallas ni grandes complicaciones tecnológicas. Mi Fiat Bravo (si Dios quiere) tiene que durarme varios años más, y el día que tenga que cambiarlo buscaré uno que me permita seguir escuchando música por una simple toma USB, y no convierta mi coche en un escaparate del Media Markt.