Un salón del automóvil, además de servir de escaparate para nuevos modelos y tendencias, ayuda a que las marcas se abran a los medios de comunicación. El último ha sido el de Ginebra, en Suiza, y ha dado para más de lo que imaginábamos. Una de las novedades ha sido el Mazda CX-30, un SUV medio que llegará a la gama del fabricante para situarse entre los CX-3 y CX-5.
Sin embargo, más que un modelo, la novedad es lo que hay bajo su capó. Todos sabemos que Mazda ha sido la gran protectora de los motores atmosféricos de toda la vida. El tiempo, parece que le ha dado la razón, pues el downsizing no es la única solución para cumplir con las normativas de emisiones. Por ello, no nos sorprende que la firma de Hiroshima no sólo no esté pensando en matar a sus motores diésel, sino que cree que aún tienen mucha vida.
La reducción de CO2 es la razón para su evolución
Ichiro Hirose es el director ejecutivo de Mazda para el desarrollo de la tecnología SKYACTIV-D. Bajo esta denominación es como conocemos a los motores diésel de la marca japonesa y alberga un gran número de avances técnicos. El más destacado es la reducción de la relación de compresión, afectando directamente a las emisiones de NOx. Así, han podido cumplir con las exigentes normativas anti contaminación sin necesidad de catalizadores SCR.
De esta forma, tenemos la clave para la evolución de los motores diésel SKYACTIV-D de Mazda: la reducción del CO2. Este combustible emite menos gramos de este gas que los motores de gasolina, y por tanto, se vuelve crucial para que las marcas cumplan los estrictos protocolos anti contaminación. Si a ello añadimos que la marca ha logrado reducir sensiblemente la emisión de NOx, tenemos el arma perfecta para la transición hacia la movilidad eléctrica.