Llega el momento más esperado, el de pulsar el botón de arranque del Kizashi. Una vez pisados los pedales de freno y embrague, al pulsar, el motor 2.4 cobra vida con un sonido que lo hace, cuanto menos, interesante. El motor no es nada ruidoso, incluso en frío, y ya me pasó en una ocasión mientras que lo apague al pulsar el botón pensando que el coche no estaba arrancado. No se nota ni una vibración.
Toca ponerse en marcha y agarramos la palanca de cambios. Los recorridos son muy precisos y no hay lugar a dudas. A lo largo de los 1250 kilometros recorridos a bordo del Kizashi ninguna marcha entró mal ni requirió más de un intento. Los recorridos de la palanca si que pueden resultar un poco largos. Una pega relativa a las marchas es la marcha atrás, que va con un seguro que hay que levantar y está paralela a la sexta, lo que nos obliga a hacer un movimiento extraño. A mi juicio la marcha atrás sería más practica estando junto a la primera, como en un Volkswagen, por ejemplo.
Los pedales tienen buen tacto, no resultan duros, pero tampoco excesivamente blandos. Lo importante es que tras horas de conducción urbana intensa, no acabamos excesivamente fatigados debido al buen funcionamiento de todo el conjunto. El freno tiene un tacto real y la frenada es muy dosificable.
Hemos podido probar el Kizashi en todo tipo de recorridos y condiciones, y la verdad es que es un coche para rodar muchos kilómetros. Debido a la dureza de la suspensión, los neumáticos de perfil bajo y una dirección muy directa y comunicativa no resulta tan cómodo como un Citroën C5 para meterse palizas de autovía, pero tampoco es incómodo. En algunas juntas de dilatación la dirección puede llegar a moverse, así que no es aconsejable conducir como en una butaca manejando el volante con dos dedos.